SANTO TOMÁS DE AQUINO nace a fines de 1225. Un santo ermitaño predijo su carrera, diciéndole a su madre, Teodora, antes de su nacimiento: “Su conocimiento y santidad serán tan grandes que en vida, no se encontrará nadie que le iguale». A los cinco años, según las costumbres de la época, fue enviado a recibir su primera educación con los monjes Benedictinos de Monte Casino. Desde muy pequeño se observó su buena disposición para la meditación y la oración, y su maestro se sorprendió al oírle preguntar repetidas veces: «¿Qué es Dios?». En el año 1236, le enviaron a la Universidad de Nápoles. Entre 1240 y 1243 recibió el hábito de la Orden de Santo Domingo. La ciudad estaba asombrada al ver a un noble joven como él tomar el hábito de un pobre fraile. En 1250, fue ordenado sacerdote. La vida de Tomás puede resumirse en pocas palabras, orar, predicar, estudiar, enseñar, escribir, viajar. La gente deseaba más que a nadie escucharle a él por su sabiduría. Vivió en varios lugares, siempre enseñando y escribiendo, viviendo con una pasión ardiente por defender la verdad Cristiana. Murió el 7 de marzo de 1274. Fue declarado Santo por el Papa Juan XXII, el 18 de julio de 1323. Su cuerpo reposa hasta el día de hoy en la iglesia de San Sernin, en Francia, dentro de un sarcófago de oro y plata. San Pío V proclamó a Santo Tomás Doctor de la Iglesia en 1567. El 4 de agosto de 1879, el Papa León XIII le declaró «príncipe y maestro de todos los doctores escolásticos». El mismo pontífice, en una Declaración del 4 de agosto de 1880 le designó patrono de todas las universidades, academias y escuelas católicas de todo el mundo. La vida de Santo Tomás de Aquino siempre estuvo estimulada, sostenida y orientada por un corazón lleno de amor a Dios y al prójimo. Una de sus preocupaciones fue siempre la búsqueda de la verdad.
Santo Tomás de Aquino, como dijimos, dedicó su vida tanto a la docencia como al estudio. Encontramos reflexiones sobre el maestro en sus obras De Veritate, q 11, en la Suma Teológica, 1, 117, arts. 1 y 2 y en la Suma Contra los Gentiles, 11, 75, c. 3.
El fin de la sabiduría tomista es la unión con Dios por la amistad, y la búsqueda de la verdad es un camino hacia el amor. “Y porque la semejanza es causa del amor, el estudio de la sabiduría va encaminado a unirnos a Dios por la amistad”.
El amor es el fin total del ser humano, al que debe tender con todas sus capacidades. Sólo el hombre puede entre todos los seres del universo que conocemos, ir buscando ese bien conscientemente; es decir él únicamente puede amar. Por lo mismo es la más perfecta imagen de Dios. Y en buscar ese bien consiste toda su actividad moral: el amor, en el fondo es su única ley. Por lo mismo sólo comprenderá plenamente la ley moral tomista quien tenga el corazón verdaderamente abierto al amor, es decir a buscar el bien para comunicarlo, más allá de los propios intereses personales y egoístas.
Toda la vida de Santo Tomás se movió bajo este signo. Por amor al Señor renunció a la herencia y a los títulos nobiliarios de la familia, para entrar en la religión. Por el mismo ideal entregó su vida al servicio de sus hermanos, en la enseñanza. Por amor a Jesucristo a quien encontraba particularmente en la Eucaristía, jamás iniciaba sus labores rutinarias antes de haber celebrado la Santa Misa y de haber asistido a una o dos más.
Para Santo Tomás sólo ama verdaderamente a Dios, quien ama a su hermano, ya que sólo podemos acercarnos a Aquél, a partir de la creatura por vía análoga. Tomás expresaba su amor por sus hermanos en la entrega al magisterio y a la pluma, por lo que comunicaba a los demás el mayor bien que poseía: la verdad que él mismo paso a paso iba encontrando en la penosa búsqueda de su constante estudio.
Para Santo Tomás el amor encuentra su expresión máxima en la benevolencia, por ello no hay cumbre más elevada en el hombre que la amistad. “Entre todos los bienes terrenos, ninguno hay que deba preferirse a la amistad. La amistad nos proporciona la máxima dicha, de manera que sin ella aun lo deleitable se torna tedioso”… “Porque cualquier amigo verdadero quiere para su amigo: primero que exista y viva; en segundo lugar, todos los bienes; en tercer lugar, el hacerle el bien; en cuarto lugar, el deleitarse con su convivencia; y finalmente, el compartir con él sus alegrías y tristezas, viviendo con él en un solo corazón. (Sobre el Gobierno de los Príncipes).
El amor en Santo Tomás es el motor interno en la búsqueda de la verdad. En esa búsqueda de la verdad se manifiestan las cualidades de su espíritu evangelizador. En primer lugar una absoluta sinceridad, siendo incapaz de dar a los argumentos que se le presentan una fuerza probatoria mayor de la que en realidad tienen. Así como es firme en exponer con seguridad una verdad a la que ha llegado con absoluta certeza, así también cuando se inclina por una hipótesis pero sin tener argumentos definitivos, expone una y otras razones que pueden favorecer su opinión o la contraria. En segundo lugar una aceptación leal de la verdad, viniese de donde viniere. En todos los hombres descubre una luz, porque todos son hechos a imagen de Dios, que es la verdad. En tercer lugar ninguna investigación se puede hacer sin acudir directamente a las obras originales. Todos tenemos derecho a que jamás se nos juzgue por lo que otros dicen de nosotros, sin antes habernos escuchado.
A la verdad se puede llegar para Santo Tomás por dos caminos: la razón o la fe, expresa: “Convenientemente la fe propone al hombre para que las crea, aquellas verdades que éste no puede investigar por su razón”… “La verdad racional no es opuesta a la verdad de la fe cristiana”. (Suma contra los gentiles). Ambos tipos de verdad, tanto la conocida por el razonamiento, como la conocida por la fe, provienen de una única y misma fuente, que es Dios.
El hombre no lo conoce todo por sólo su razonamiento. De hecho aun en la experiencia diaria puramente humana, nuestro conocimiento va mucho más allá de nuestro raciocinio. Por ejemplo no es posible reducir a términos lógicos la certeza que tenemos sobre el amor de un amigo. Si lo tenemos es porque éste nos ha revelado su interior, mediante algunos signos que estamos dispuestos a aceptar. Cuando hablamos con Santo Tomás de la fe como una vía o camino del conocimiento no es nada extraño, de hecho la usamos todos los días, por ejemplo cuando aceptamos el cariño de nuestra madre, estamos actuando de manera profundamente humana, no irracional, aunque tampoco del todo racional. Santo Tomás trata de hacer entender a los no –creyentes, que no hay dificultad alguna entre ser altamente científico y profundamente creyente. No hay nada de extraño en aceptar un amor de Dios que nos comunica lo que él es y qué quiere de nosotros.
Siempre que una verdad pueda caer en el ámbito de la razón Santo Tomás, expondrá todos los argumentos fundamentados en la inteligencia natural; pero tratándose de verdades de fe que superan la capacidad de la naturaleza, mostrará las pruebas “de la Escritura corroborada por los milagros” y hablando al nivel de cada uno de los interlocutores les expondrá las razones más aptas.
El nexo entre la razón y la fe estaría en el amor, dado que cuando un hombre domina la ciencia, su conocimiento se convierte en sabiduría sólo si llega a arrastrarlo hasta el actuar con amor. “La verdadera sabiduría consiste en ordenar rectamente las cosas para gobernarlas bien” (Suma contra los gentiles). En esta línea de pensamiento podríamos suponer un científico extraordinariamente desarrollado en su línea, por ej. en la física atómica, que dedicase sus conocimientos a construir el arma más mortífera que pudiese destruir toda la humanidad. Tendríamos en ese caso un científico pero no un hombre sabio. La sabiduría incluye una cualidad moral no controlable por el puro raciocinio.